La Guerra Eterna con España

España nunca se fue del todo. Oficialmente, su imperio cayó en el siglo XIX, pero su sombra se extiende hasta el presente, enredada en la cultura, la política y la economía de sus antiguas colonias. Si Roma fue para Europa lo que España fue para América, entonces Latinoamérica sigue siendo el eco de una civilización que nunca terminó de morir.

La historia no se mide en fechas, sino en fuerzas que persisten. España dejó de ser la metrópoli, pero sus métodos de dominio mutaron: antes imponía virreyes, ahora impone bancos y empresas. Su idioma, su religión y sus valores fueron las semillas de un control más duradero que cualquier ejército. Hoy, la élite en Latinoamérica no necesita rendirle cuentas a Madrid; basta con que perpetúe la estructura que España dejó plantada.

Puerto Rico es el caso más extremo. Cedido como un objeto en 1898, pasó de una metrópoli a otra sin derecho a decidir. Pero la herida más profunda no es el traspaso de manos, sino la mentalidad colonial que España sembró y que Estados Unidos cosechó. Nos enseñaron a buscar amos, a desconfiar de la independencia, a creer que sin tutela extranjera solo nos espera el caos.

Y sin embargo, la guerra con España sigue. No con cañones, sino con ideas. No por territorio, sino por identidad. Porque cada vez que un latinoamericano busca su destino fuera de su tierra, cada vez que su cultura es reducida a folclore para turistas, cada vez que se le convence de que su única opción es emigrar o someterse, España sigue ganando.

La guerra eterna con España no es contra un país, sino contra su legado inacabado. Y solo terminará cuando dejemos de vernos con los ojos del conquistador.