Tensiones feudales

Las sociedades no colapsan de un día para otro. Se desmoronan lentamente, en pequeñas fracturas que se acumulan hasta que un día, sin previo aviso, todo se viene abajo. Puerto Rico no está en guerra civil, pero si uno afina el oído, ya puede escuchar los tambores.

Vivimos en un archipiélago de feudos modernos, donde los bandos no se dividen por ideología, sino por lealtades personales. No existen debates, solo ataques. No hay diálogo, solo trincheras. Lo que antes eran diferencias políticas ahora son guerras de clanes. La crisis económica, la corrupción, la desigualdad—todo queda en segundo plano ante la urgencia de destruir al enemigo, aunque ese enemigo sea tu vecino.

Los liderazgos no buscan unir, sino avivar el fuego. Porque en una sociedad polarizada, la gente no piensa, solo reacciona. Se gobierna mejor cuando el pueblo está distraído peleando entre sí. Se roban mejor los fondos cuando el enemigo no es el corrupto, sino el que votó distinto.

Las tensiones feudales han alcanzado un punto crítico. Un punto donde el odio supera la razón, donde las alianzas son imposibles y donde nadie cede porque ceder es visto como una traición. La pregunta ya no es si el sistema puede aguantar este nivel de desgaste. La pregunta es cuándo se romperá del todo.